miércoles, 13 de octubre de 2010

Rambler hacia donde sea ...


El Rambler se acercaba por la desolada ruta de un amanecer naranja cálido. Parecía un chino con resaca; sus luces rectangulares encendidas atraían como luciérnagas dibujando imágenes indescifrables. No venían otros autos, ni colectivos, nada… solo el Rambler.
Dentro de él venían ellos. Al volante don Rodolfo, avezado viajero de las rutas argentinas (hasta el fin) con su compadre Fernando, macho cabrío, jugador, ocasional visitante de bulines, fumador empedernido y golpeador. Había sido comisario en otras épocas. Había hecho cosas. Rodolfo era todo el opuesto; un hacendado estable. Notable hombre de familia. Empinaba un poco el codo cada tanto, pero tranqui. Por ahí se tiraba uña caña al aire; pero debía valer la pena. Ocasional. Lejos.
-         No pare Rodolfo… dejesé de joder hombre. No estamos para caridá nosotro … siga, siga … dice Fernando con tono seguro
-         Tranquilo hombre, solo bajo la marcha para ver… no se ve mucha gente nueva por acá. No se me preocupe Fernandito… Le contesta Rodolfo, que era el único que podía llamarlo así, y no en público, por supuesto.
Lo había salvado más de una vez; muchas más a lo largo de décadas ya que don Rodolfo creía deberle la vida. Su hijo universitario y unas armas escondidas en un pozo habían traído problemas en un golpe de estado bravo. Fernando le salvó las papas. Y Rodolfo tenía códigos de hombre, era un hombre de palabra, los amigos son de hierro y así… eso los hizo ser la sombra del otro. Y se sentían seguros estando cerca.
Tito había dormido recostado en el banco de cemento de la garita. Despertó con el silbido del viento y el calor del sol en el rostro. Creyó estar soñado al principio hasta que vio la pipa y el encendedor a su lado.
Había vomitado otra vez. Estos últimos días habían revolucionado su estómago y lo habían tornado frágil. Aunque no era para menos. Había matado. Y no un hombre, sino dos. No llegaba a entender el porqué, si es que lo había.
Supervivencia, pensó y se concentró en el Rambler que venía y ya no aguantaba el hedor de la garita.
-         Me llevará este culiáo? – pensó tratando de enderezarse a pesar de las puntadas en el vientre.
Levantó la mano para hacer dedo, rogando por dentro irse de allí… adonde sea… donde fuera… al carajo… a la recontra puta mierda, pero lejos de allí…
Palpó su bolsillo trasero, allí estaba el fierro… le dio un poco de impresión. Era suyo, había que pensar en huellas, en rastros, en pistas, pero el auto estaba cerca y necesitaba salir de allí y clavar un desayuno.
El auto bajaba la marcha y pasó frente a él pero no se detuvo ahí, hizo unos metros más y salió de la ruta. La ventanilla delantera izquierda bajó y una mano le hizo señas al grito de:
-         Dale, subí pibe – Rodolfo tuvo un buen presentimiento; no así Fernando que despotricaba por lo bajo.
Tito intentó correr pero no pudo, caminó lo más rápido que pudo mientras hacía un bollo el buzo y ocultaba su muñeca lastimada y las manchas de sangre.
Abrió la puerta trasera y prácticamente se tiró en el asiento trasero.
-         ¡Gracias señor! – dijo, y realmente lo sentía así en lo mas profundo de su ser. 
-         No es nada hijo. ¿Hacia donde vas? Nosotros vamos a una Estancia cercana. Nos quedaremos hasta la tarde y luego seguiremos a la ciudad. ¿Estas muy apurado? – la bondad de Rodolfo irritaba a Fernando, acababa de conocerlo y lo invitaba a la estancia, lo que significaba intimar, pasar un largo rato.
-         La verdad es que nada me apura, señor. Contesto Tito, pero no dijo nada mas. Fernando no dijo nada. Hervía por dentro, pero no era su auto, ni su estancia.
El auto estaba impecable. El tapizado lustrado te hacia patinar hacia abajo. Original, todo funcionaba. La radio estaba prendida en las noticias y Tito clavó su mirada en esta. Rodolfo, por el retrovisor lo ve y cambia a otra estación que pasaba música. Tito lo mira en el espejo y don Rodolfo le guiña un ojo, cómplice. 
Curiosamente, Tito se relajó ante esta demostración de confianza. Hacía mucho tiempo que no sentía contención, y menos de un extraño.
Fernando se acomodó nervioso en su asiento delantero. El cinturón de seguridad le ajustaba el abultado vientre y se sentía ahogado; pero tal era la paz de Rodolfo que Tito contempló detalles del Rambler otra vez: cinco puertas, tipo familiar, impecable, y recordó su infancia.
Pero no pudo sumergirse mucho allí, a la vez no alcanzaba a asimilar lo que había hecho ni la sensación de no sentir culpa alguna.
Apoyó su cabeza en la ventanilla y su mente se fue a otro lado. En la radio sonaba “El rey lloró” y el dormitó un poco.
Los dos desconocidos casi no hablaron entre sí, y si lo hicieron fue a bajo volumen.
En un momento don Rodolfo le volvió a preguntar:
-         ¿Seguro que te querés quedar no? – mirándolo por el espejo retrovisor a lo que Tito asintió y Fernando se sentía fuera del diálogo y su desarrollo.
Luego de salirse de la ruta, anduvieron por un camino de tierra unos kilómetros hasta llegar a un casco de estancia.
La gran casa, aunque antigua, estaba en muy buen estado y cuidado. Había gente trabajando, caballos y perros y hasta se escuchaban cantos de gallo.
Bajaron del auto y don Rodolfo lo invitó a entrar a la casa y lo llevó escaleras arriba a una pieza de huéspedes donde:
-         Hay ropa que te podés poner, si querés. Seguro es de tu talla. Pero primero date un buen baño, que buena falta te hace,  je je je.
El comentario no molestó a Tito, el viejo tenía razón. Estaba sucio, o por lo menos así se sentía.
-         En un rato vamos a almorzar pero ya te hago traer algo para que vayas picando… por ahí nos demoramos un rato. Tengo que hacer con Fernando. Vos ponéte cómodo.
-         Gracias, señor ... de verdad … usted sabe que …
-         Ah, ah, ah… no digas más; tranquilo… no me cuentes nada ahora. Ya habrá momento y lugar apropiado. Ahora aprovechá y descansá que lo necesitás hijjj…. (casi le dice hijo, pero se frenó justo a tiempo; se dio cuenta que quedaba excesivo, pero no podía evitar recordar… a….)
-         Bueno, te dejo de una vez. Nos vemos en un rato muchacho. Ah!, ¿cómo es tu nombre?
-         Tito – dijo a secas.
-         ¿Tito?, ¿de Roberto o…? – esperando respuesta
-         Tito – repitió éste
-      Je je je, como usté diga muchacho – Rodolfo no se molestó, le gustó la seguridad del joven. Había algo extraño en él, le pasaba con los caballos y don Rodolfo sabía mucho de caballos. Había algunos indomables que metían miedo. Rodolfo sabía de salvajes; tenía una intuición admirable. Tito lo intrigaba, pero no lo asustaba. Bajó las escaleras y se concentró en lo suyo. Iba a una yerra; buscó a Fernando pero no gritaría pues, ya maduros, los hombres saben lo que deben hacer.
Tito se duchó un largo rato mientras la tina se llenaba; luego se sentó e inclinó la cabeza hacia atrás. La cicatriz de su muñeca ya no sangraba, no era profunda. Solo la marca llamaba un poco la atención.
Luego abrió un placard y vió bastante ropa que, aunque antigua, estaba en buen estado y le quedaba.
Se puso una camisa manga larga y se abrochó los botones para tapar la herida. Luego pantalones, un chaleco y unos botines y bajó las escaleras. La casa era grande, antigua e impecable – como el Rambler – pensó – y vió detalles de los muebles y los adornos en las paredes y los cuadros que allí colgaban.
De repente recordó que había dejado el revólver junto a la ropa sucia en el baño; pero no se preocupó por el momento. No veía mujeres en al casa que fueran a limpiar pero si sus huellas y un olor rico que venía de la cocina.
Esto lo atrajo y fue siguiéndolo. El hambre lo llevaba. Iba por un pasillo hacia donde parecía que era la cocina caminando sigilosamente. Llegó allí y vio que había una bandeja con sánguches, una taza y una tetera que humeaba; le dio vergüenza, pero agarró uno de los sánguches y lo devoró en segundos, Mientras terminaba de tragar , casi sin masticar, sintió un quejido que provenía de un lugar cercano.
Caminó hacia allí y vió entreabierta la puerta del depósito. La empujó suavemente y al asomarse lentamente se encontró con los ojos de Fernando que, a unos metros, parado de frente hacía él, tenía a una joven mujer de rodillas chupándosela.
Fernando frunció el ceño y tomó del pelo a la mujer violentamente hacia el miembro cuando ésta, al darse cuenta de la intromisión, quiso darse vuelta. Así y todo ella logró sacar de su boca el blando falo al grito de: - ¡pará, bestia!.. y al girar su cuello se le cortó el aire al ver al muchacho viendo la escena.
Tito se volvió en sus pasos y salió por la primera puerta que encontró. La sensación era confusa, pero no era asunto suyo. Se dio con el patio. No se lo veía a don Rodolfo. Si a algunos peones haciendo tareas. Caminó un poco para curiosear y volvió a pensar en el revólver.
Habían pasado ya unos veinte minutos y pensó en recostarse un rato. Volvió a la casa, entró por la puerta principal, para reconocer el camino hacia la habitación de huéspedes. Al entrar encontró la bandeja con los sánguches y el té, apenas tibio. Se sentó y comió. Luego entró al baño y…. se quedó sin aliento. La ropa sucia no estaba. No había nada. Ni revólver ni nada. Salió rápidamente de allí y al bajar las escaleras, don Rodolfo salió a su encuentro y con una gran sonrisa le dijo:
-   Estos bichos de miércoles… lo dejé para después. Ahora vamos a la mesa que quiero presentarte a alguien.
Tito no hablaba, se dejaba llevar, don Rodolfo lo calmaba. Al entrar al comedor vió a Fernando sentado en una punta de la mesa, y en una silla en uno de los costados, cabizbaja y sonrojada, la joven del depósito y don Rodolfo que el dice:
- Tito, te presento a Lorena… mi hija.