viernes, 5 de noviembre de 2010

¿Mariposas en la panza?

La comida casera estaba exquisita. Lorena había heredado el toque de generaciones de buenos cocineros en la familia. Podrían tener a alguien que lo hiciera, pero no; ella no quería como tampoco que se encargaran de ciertas cosas en el hogar.
Lorena es una dulce y buena hija; la menor luego de un primogénito fallecido (desaparecido, en realidad) en una época oscura. Ella nunca quiso ir a la ciudad, ni siquiera a estudiar. La habían instruido en la casa de campo. Así estaba bien.
Su padre estaba orgulloso y durante el almuerzo (tardío, casi merienda) no ahorró elogios para con su hija.
Ella sonreía nerviosa; a pesar de que todo lo que decía era verdad, había sido descubierta en una oculta actividad (no elegida ni disfrutada) con quien supuestamente era el mejor amigo de su padre.
Fernando había sido el comisario del pueblo cercano en la época de la desaparición de Rafael, hijo de Rodolfo.
Rafael estudiaba Derecho en la facultad y era el orgullo de sus padres. Su madre lo espero hasta el último atardecer… lo imaginaba asomándose por el camino de tierra, con la sonrisa que tenía para ella, siempre…
Lorena se había enterado de algo que Rodolfo no sabía. Fernando la extorsionaba y manipulaba desde hacía mucho tiempo. Lorena no tenía novio; nunca había tenido uno. Su padre no entendía porqué. Era una chica hermosa, de pelo rojizo y ojos claros, con un tono de piel cobrizo. Rara mezcla, belleza exótica.
Tito no quería averiguar mucho. Estaba a gusto, pero no entendía bien porque estaba allí y empezó a sentirse incómodo de a ratos.
Comentó que debía volver a la ciudad. Rodolfo, luego de escuchar atentamente, el dice:
-         Decime, Tito… ¿estás trabajando?
-         No, la verdad que en este momento no, pero debo resolver una asunto.
-         Está bien. Entiendo, pero ¿no te gustaría trabajar para mí? Estoy grande y necesito sangre joven y energía. Acá hay mucho para hacer, y variado.
-         La verdad es que no sé en que podría ayudar yo … siempre viví en la ciudad …
-         Como te digo… (continuó Rodolfo) acá hay mucho y variado… vamos viendo… se aprende, todo se aprende... ¿Dónde vivís?
-         Estoy alquilando una pensión en la ciudad. (Eso se le estaba complicando; no sabía como iba a conseguir plata para quedarse mas tiempo)
-         Mirá, andá a la ciudad… pensálo y volvé con una decisión (sonaba a orden, pero Tito no podía enojarse ante tanta amabilidad hacia y desde un desconocido). Si trabajás para mí vivirías acá. Hay una casita cerca. Lleváte el Rambler. Volvé cuando estés listo. Yo no lo voy a usar por unos días.
El silencio se hizo pesado, tremendamente espeso… Tito no podía creer la propuesta... ¿qué se trae el viejo? Como buen bicho de ciudad, desconfiaba de la gran limosna. Aún así, la propuesta no sonaba mal.
Fernando y Lorena no participaban de la conversación. Fernando solo asentía con una mueca falsa, y Lorena, que estaba sorprendida, pero a la vez intrigada (y respetaba a rajatabla las decisiones de su padre) solo miraba y escuchaba.
-         Está bien, lo voy a pensar. Me voy a la ciudad, pero no me llevo su auto. Yo me las arreglo. Déme unos días …

Antes de salir, ya casi al anochecer, Lorena toca su puerta….
-         Quería despedirme, por las dudas no lo vuelva a ver … (Era la primer vez que escuchaba su voz … dulce voz … las primeras palabras que le dirigía …)
-         Bueno, gracias … no creo que no vuelva a probar tu comida otra vez (¿que dije?, ¿encima la tuteé? … carajo, me transpiran las manos … )   
Ella se quedó quieta y solo miraba como el terminaba de ajustarse los cordones de los botines.
Rodolfo le había dicho que se llevara la ropa que le hiciera falta; era ropa de su hijo... ( - … y se la están comiendo las polillas, je)
Tito notaba que había algo más que ella quería decirle; sentía el ahogo en su cuello. Ella estaba ahí parada, con sus brazos cruzados adelante, mordiendo su labio inferior… de golpe salió de la habitación y volvió a entrar rápidamente.
-              Tome esto (entregándole el revolver envuelto en una toalla)… menos mal que no lo encontró Fernando, sobre todo en el estado en el que está ahora. 
Fernando estaba abajo, abrazando la botella de whisky… no hablaba, miraba el horizonte. Sus ojos estaban rojos y su ceño fruncido.
Tito agarró el revolver y salió, bajó las escaleras, le dio un apretón de manos a Rodolfo diciendo:
-              Voy a pagarle por esto señor …
-              Pagáme volviendo y hablamos, ¿eh?
-              ¡Hasta luego! … dijo fuerte, pero no miró a Fernando; éste, sin dejar de mirar el mismo punto dijo: - chao … con un desgano total y presintiendo que no era un adiós …  (- la concha del mono … pensó …)
Tito caminó por la calle de tierra, de espaldas a la casa y sin darse vuelta, hasta llegar a la ruta. Ya había anochecido, pero no quiso quedarse a pasar la noche… era demasiado, le parecía excesivo.
     Algún colectivo tenía que pasar… otro Rodolfo no… y el pensamiento le hizo reír, nervioso y cortado. El viejo le había caído muy bien… ella también, de una manera extraña… y odiaba a Fernando.
Llevaba el revolver en la cintura y lo sintió… le molestaba. Buscó en el interior de la campera y encontró un bolsillo: - mejor así...  no controló si estaba cargado. Ella no se atrevería.
Sin darse cuenta del tiempo, vió venir un colectivo.
Al subir, vió gente parada en el pasillo…
-         Me cago en la mierda… puta leche… - y se apoyó en un asiento, de frente, apretado… el que venía sentado, le empujó con el brazo, no tan sutilmente que digamos….
-   ¿? .. ¿y éste pajero? – pensó - el contacto con gente de la ciudad lo transformaba… empezó a sentir el peso de la urbe, de tener que volver. Recordó a la Caro, el silenciador que quería, al pata de lana
(- gordo puto) y trataba de recordar que cosas había dejado en la pensión…
El del asiento junto al pasillo, con su gorrita clavada hasta las cejas, su buzo enorme y su teléfono a todo volumen, había decidido que todo el pasaje iba a escuchar la pedorra música tropical berreta que tenía cargada en él. No solo eso, sino que le propina un codazo a Tito, marcando terreno… 
Tito, sin decir palabra, le apoya el matagato en la sien, debajo de la línea que delimitaba la gorra del rostro del pesado pasajero (- le voy a dar heavy a éste) Y cuando el tipo siente el caño frío, se queda helado y duro como Arturito dulce.
Tito, suavemente y en voz baja, le dice.
-              Cuchá puto… bajá el volumen de la verga esa y quedáte en el mazo... ¿eh, papi?
-              Tranquilo guacho … rescatate …
-              Te voy a…. Mierda… mejor no bajes el volumen… muteate vos, no me vuelvas a hablar, abrí la ventanilla y tirá el puto teléfono... ¡dale! …
El celular voló prendido y sonando por la ventanilla ante la mirada sorprendida del acompañante.
Tito suspiró aliviado… silencio… solo el sonido del motor y alguna que otra tos. Cerró los ojos y recordó a Lorena… el pensamiento fue más rápido y de golpe se encontró diciendo: 
-         Voy a volver

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